Acaba de celebrarse el Día
internacional de la mujer el pasado domingo 8 de marzo. En España, el
gobierno ha hecho coincidir con la semana de esta jornada reivindicativa la
presentación de su anteproyecto de Ley de Libertad Sexual. Esto ha alimentado el
debate social y político a propósito de la situación real de las mujeres en
España, de su lucha por conseguir la equiparación con los hombres, de cuál debe
ser el papel de los hombres en esta reivindicación de la igualdad e, incluso, del
propio concepto de feminismo.
¿Cuál es tu posición respecto
a estas cuestiones? Redacta un comentario crítico en el que sitúes la cuestión
de fondo, formules tu propia tesis y la justifiques con tres argumentos
distintos y, a ser posible, de naturaleza diferente. Los siguientes textos argumentativos podrán servirte para encauzar el tuyo.
TEXTO 1
El comodín del machismo
No sé a quién llamó machista el
vicepresidente Pablo Iglesias, porque dice que no se lo llamó al ministro de
Justicia, pero sí se lo llamó a los que hicieron retoques a la Ley de
Libertad Sexual; retoques en los que hay algunos ministerios
implicados, y entre ellos algunos comandados por mujeres con trayectoria
feminista contrastada. Porque no va a querer decir Pablo Iglesias que
las mujeres socialistas no son feministas o que siguen de manera
disciplinada las órdenes de los hombres del Gobierno.
No sé si cuando habló de machismo el vicepresidente pensaba en las
periodistas que, al menos, en esta casa sacaron la
información sobre las deficiencias de la ley del Ministerio de Igualdad. O quizás
llamó machistas a los directores de los medios que ya se sabe que
con su machismo nos tienen a las mujeres sometidas y nosotras no
sabemos más que obedecer.
No quedó muy claro el
destinatario de su comentario pero si quedó claro que la crítica a
la ley de la ministra Montero solo tenía una explicación, el machismo.
Pues bien. Esto no va ni
de feminismo ni de machismo. Esto va de que las mujeres podamos
defendernos con una ley impecable porque en ella va la supervivencia de
muchas de nosotras. Por eso hay reclamar que esta, y cualquier ley
que salga del Gobierno para garantizar los derechos de los
ciudadanos, sea la mejor.
Los miembros más inexpertos del
gobierno tienen que aprender a aceptar la crítica, y dejar
de sacar el comodín del machismo cuando algunas de sus actuaciones se
cuestionan. No va ni de machismo ni de competición sobre
quien es más feminista, va de su responsabilidad para hacer bien su trabajo y
por nuestra parte va de nuestra responsabilidad para hacer bien
nuestro trabajo. Y en este caso nuestro trabajo era contarles que la
Ley de Libertad Sexual elaborada por el ministerio de Irene Montero recibió
objeciones y precisó de retoques de otros ministerios. Y esto
es información, no es machismo.
Àngels Barceló, Hoy por
hoy de la Cadena SER, 5 de marzo de 2020.
|
TEXTO 2
Un pésimo 8-M
Ya podemos celebrar un 8-M todos los meses que como
no cambiemos de actitud estamos perdiendo el tiempo. Ya podemos hacer un 8-M
todas las semanas que como no varíen su comportamiento nuestros referentes
políticos y sociales estamos abocados al fracaso. Los discursos machistas
siguen tan vigentes, incluso en el Parlamento, como en los años sesenta. Con
el agravante de que ahora cuentan con un mayor número de altavoces para su
propagación.
La batalla por
la igualdad está en horas bajas, por no decir en su peor momento. Hoy, con
absoluto descaro, desde las mismas instituciones y los que fueron elegidos en
las urnas, se niega la violencia machista, los asesinatos, la brecha
salarial, que supera el 25 %, y la precariedad laboral pese a que la mujer
ocupa tres de cada cuatro empleos a tiempo parcial. Se cuestiona el discurso
por la igualdad y frustrados cantantes reconvertidos en presentadores de televisión
se permiten defender los acosos del tenor que ni él mismo defiende.
Pero los
negacionistas están de enhorabuena. El asunto creó tensión en el propio
Gobierno más feminista de todos los tiempos, a decir de su presidente. Carmen
Calvo e Irene Montero andan a trompazos por demostrar quien es más feminista,
a propósito de la ley de libertad sexual, que según los expertos es una
absoluta chapuza.
Con Vox tirado
al monte, como siempre, y con el feminismo histórico soliviantado, resulta
fácil entender la postura del PP, que lidera Álvarez de Toledo. La marquesa hooligan
y «feminista amazónica», como gusta de definirse, asegura que «no hay una
ideología machista que decida someter a las mujeres por el hecho de ser
mujeres. Es falso y especialmente falso en el caso de España», porque «hay
una evolución desde la época de Marisol». Y se quedó tan tranquila.
Dejamos de hablar de igualdad, respeto, derechos y libertad de la mujer para
cuestionarnos si sufre discriminación. Estamos como hace un siglo. Ni
haciendo un 8-M todos los días lograremos avanzar. Mientras no nos saquemos a
todos estos zotes de delante seremos incapaces de avanzar un paso sobre un
problema que a gran parte de los españoles nos abochorna.
Ernesto S. Pombo, La
Voz de Galicia, 8 de marzo de 2020.
|
TEXTO 3
¡Hijas, a las barricadas!
"Es probable que ninguna
chica que haya vivido en el seno de una familia en la que se crea que la
subordinación de la mujer forma parte del orden natural llegue a sobreponerse
del todo de la amargura de sus sentimientos más precoces"
Vera Brittain (Oxford, 1915)
Desde
hace unos años, cada vez que me visto un día como hoy de negro y morado, lo
hago con toda la intención reivindicativa, pero también con el corazón lleno
de amor a mi madre. Quizá sea la forma más singular de guardar luto por ella
y sé que le encantaría.
Mi
madre, que nació en 1940 y vivió la vida de una mujer de clase media de su
tiempo, que siendo muy inteligente no estudió, porque ese esfuerzo se
reservaba para los hermanos, que cosía y bordaba y cocinaba como una diosa,
siendo una Atenea que se tuvo que resignar a ser Hera, y fue una esposa y una
madre ejemplar, no descubrió que era feminista hasta sus años finales o, al
menos, no nominó esa sensación de injusticia, esa inquietud y hasta esa rabia
que había sentido toda su vida hasta casi el final de sus días. Cuando camino
en una manifestación con tantas de su generación, que acuden solas o con sus
hijas y sus nietas, me embarga la emoción y la seguridad de que si ahora
estuviera aquí, se vendría de mi brazo con unas gafas moradas y una consigna
que gritar.
Ella
tenía la suya propia. Un grito cómplice que nos lanzaba cada vez que
acudíamos a su regazo a desgranar un agravio, un micromachismo, una carga
suplementaria de trabajos producida exclusivamente por el hecho de ser mujer.
Ella siempre te recogía la rabia, te secaba las lágrimas y te decía:
"Hija, ¡nosotras, a las barricadas!"
Mi
madre no tuvo quizá la oportunidad de hacerlo de otra manera, en esos
tiempos, con esa educación, en ese entorno social y en una ciudad de
provincias; pero me consta, porque me lo dijo, que le hubiera gustado
hacerlo. Lo que no era, desde luego, era ciega. A mí cada vez que se
convierte en debate partidista, en duelo de ideologías o en ordalía de
insultos el feminismo siempre me pasma mucho el papel de la ceguera. Las
ciegas. Esas son las que más me alucinan. Las ciegas y las ciegas
voluntarias, que no son sino cínicas.
Yo
no quiero entrar hoy con el bisturí que marca y secciona los feminismos, las
formas de vivirlos, los que son más auténticos y genuinos y los que son más
acomodados. Hoy vengo a pasmarme de las ciegas, de las que no quieren las
gafas lilas, pero porque prefieren taparse los ojos. Porque lo primero es ser
consciente de la existencia del problema, aunque después uno decida no
implicarse mucho en su solución, hacerlo de forma conservadora, implicarse de
forma política, ejercer como activista o volverse un revolucionario y
lanzarse a las barricadas. En todas las grandes cuestiones relativas al ser
humano se producen esas distintas respuestas, ¿cómo no iba a suceder en el
caso de la desigualdad arrastrada por las mujeres? Sucede con el
calentamiento climático, con la desigualdad social y la pobreza y con el
hambre en el mundo. Y luego están los negacionistas, que son los que no ven o
no quieren ver y son o ciegos o cínicos. ¿Cómo no iba a suceder con los
derechos de las mujeres? Mucho menos ahora que el movimiento ha tomado la
proporción de un tsunami. Toda reforma trae aparejada su contrarreforma y,
como proclama la tercera ley de Newton: "Actioni contrariam semper æqualem
esse reactionem".
Las
ciegas. Esas que afirman que las mujeres y los hombres ya son iguales. Esas
que se tapan los ojos o mienten o no tienen el más mínimo conocimiento de lo
que pasa en el mundo. Lo que es seguro es que mienten. No existe una mujer en
este planeta que no haya sido objeto de una discriminación, un acoso para
obtener de ella lo que no quería dar, un micromachismo, una situación
desagradable, una agresión o un intento de ella, una sobrecarga de trabajo,
un doble trabajo doméstico, un ascenso perdido, un sacrificio añadido o miles
de otras circunstancias sin siquiera tener que nombrar las violaciones, los
asesinatos o las violencias físicas o psíquicas. Simplemente no existe esa
mujer. Ni en este país, ni en los demás. Porque no hay mujer inteligente que
no se haya planteado, al menos una vez, cómo podía haber sido su vida si
hubiera nacido hombre.
¡Hijas,
a las barricadas! No es la voz de mi madre, es la voz de la razón.
Millones
de mujeres de este país han conseguido mejorar su vida y sus estándares de
igualdad gracias, sobre todo, a la pelea incesante de las que fueron a las
barricadas de verdad. Lo cierto, y sobre esto deberían reflexionar las
ciegas, es que no existe ninguna mujer con poder real que no sea consciente
de la existencia de esa tremenda desigualdad. Da igual de qué ideología sea.
Desde las que han sido presidentas del Congreso o vicepresidentas del
Gobierno a las magistradas del Tribunal Supremo o las banqueras. Todas saben
que, en realidad, su vida ha sido marcada por el hecho de ser mujeres. Todas
son conscientes de que como varones lo hubieran tenido de otra forma. Todas
miran a su alrededor y siguen detectando la injusticia. Obviamente no todas
tienen las mismas posiciones sobre cómo resolverlo pero, desde luego, no están
ciegas.
También
quiero hablar de las cínicas. De las que saben, al menos teóricamente, que
eso sucede, pero deciden que no les importa un bledo porque a ellas les va ya
muy bien. De las que olvidan que el feminismo no va solo de mirar cómo va tu
fiesta, sino de ser consciente de que millones de mujeres sufren de forma
inaceptable y contraria a los derechos humanos básicos las consecuencias de
esa discriminación. Y por encima de todas, las que utilizan el cinismo para
conseguir objetivos políticos o personales. Esas son las colaboracionistas.
Las
hermanas ciegas y las hermanas cínicas y... hasta la hermana Cayetana. Ella
que olvida que en su mundo, en ese en el que las mujeres disfrutaron muchas
veces de una libertad inusitada porque el dinero y la aristocracia no
comparten ni siquiera la misma moral con el común de los mortales, no llegó
la igualdad hasta que un socialista hizo por ley que las mujeres pudieran
heredar los títulos nobiliarios, y eso sucedió en 2006.
El
feminismo es una lucha política para exigir el derecho inalienable a la
igualdad de la mujer en el mundo. El feminismo es también ese sentimiento
interno de rabia y de impotencia que todas, pero todas, hemos sentido en un
momento dado. Haber alcanzado una posición en la vida que te haya permitido
hacer que esos momentos sean cada vez menores no te exime de dar la cara ni
de ser consciente de que millones están en peores condiciones que tú. Lo
contrario es una ignominia.
Por
eso, hermanas, cada día es un buen día para seguir peleando, como mi madre
hubiera deseado hacer, también por las ciegas y hasta por las cínicas.
¡Feliz
ocho de marzo en las barricadas!
Elisa Beni, eldiario.es, 8 de marzo de 2020.
|
TEXTO 4
El 8-M, en disputa
La futura ley de libertad sexual necesita, como
todas, pulcritud jurídica
En el
tercer 8 de marzo desde la aparición de la campaña #MeToo en octubre de 2017,
la llamada cuarta ola del movimiento feminista comienza a recoger los frutos
de una movilización de alcance planetario que ha marcado un antes y un
después en la lucha por los derechos de las mujeres. El salto cualitativo
experimentado en sus reivindicaciones no solo se refleja en la voluntad expresa
de acabar con la cultura de tolerancia y encubrimiento del abuso sexual, una
cultura vinculada al abuso de poder, sino sobre todo en la asunción expresa
por parte de instituciones, empresas y organismos públicos de su histórica
connivencia con desigualdades estructurales que, hoy en día, se perciben como
intolerables gracias a las permanentes denuncias de las mujeres, cuyo impulso
y empuje han logrado la aprobación de medidas destinadas a combatir las
muchas brechas que todavía perviven en nuestra sociedad. El feminismo goza de
una buena salud en España porque ha sido capaz de mantener un importante
músculo organizativo y reivindicativo en un contexto de auge de discursos
reaccionarios que tanto aquí como a nivel global están cuestionando las
transformaciones en las actitudes y en las instituciones que el movimiento ha
logrado en los últimos 30 años.
A la luz
de la actual energía del movimiento feminista, resulta preocupante que la
tramitación de la principal iniciativa legislativa impulsada desde el
feminismo, la futura Ley Orgánica de Garantía del Derecho a la Libertad
Sexual, haya sido objeto de un enfrentamiento en el seno del Gobierno de
coalición. Confundir alegaciones técnicas con “ataques machistas” formulados
por parte de uno de los miembros del Gobierno, como sugirió el vicepresidente
Pablo Iglesias, demuestra poco conocimiento del proceso legislativo. Dichas
objeciones a la ley no pueden despacharse con simpleza y por meras razones de
capitalización partidista, especialmente en lo relativo a los delitos contra
la libertad sexual, donde, por el específico ámbito de su competencia, el
Ministerio de Justicia debería tener mucho que decir. Una iniciativa
legislativa de tanto calado, y cuya principal virtud se encuadra, a
priori, en la asunción de un enfoque integral relativo a las llamadas
“violencias sexuales”, necesita, primero, pulcritud jurídica y, después, un
amplio debate en sede parlamentaria.
Tanto el
anteproyecto de la ley de libertad sexual que la ministra Irene Montero
quiere impulsar, como el que se ha comprometido a presentar sobre
discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género,
afectan al núcleo mismo del enfoque feminista, pues introducen un cambio
sustancial: dejan de considerar a la mujer como el sujeto central de sus
políticas públicas. Fueron estas políticas, precisamente, las que situaron a
las mujeres como el eje vertebrador de la corriente de igualdad, aquellas que
permitieron colocar a España en la vanguardia internacional de la lucha
contra la discriminación de género.
El
proyecto feminista no puede consistir en la protección de un “género
sentido”, no contrastable biológicamente, como pretende introducir el texto
legislativo, porque resultaría incompatible con una agenda política centrada
en la protección de las mujeres ante la discriminación que sufren por el mero
hecho de serlo, esto es, en función de su sexo y no por su identificación
ideológica con la idea de feminidad. El derecho a la identidad sexual es una
reivindicación legítima del movimiento LGTBI, sin duda, y debe seguir sus propios
cauces de expresión y procedimientos legislativos, pero no debería alterar el
enfoque central de las políticas feministas, basadas en la idea de que el
género, es decir, el conjunto de atributos diferenciados que se asignan a
hombres y mujeres, es una construcción social que, todavía hoy, discrimina
activamente a más de la mitad de la población de nuestro país.
EL PAÍS, editorial del 8 de marzo de 2020.
|
TEXTO 5
El feminismo somos todas
Parece
ser que el feminismo sigue siendo trending topic. Y yo que me alegro.
Acumulo 60 largas e intensas
primaveras a mis espaldas. Una vida llena de viajes, historias, luchas y
transformaciones que han hecho de mí la mujer que soy hoy. Créanme cuando les
digo que he visto de todo. Pero hay algo insólito en esta época de cambios y
que no esperaba tener el privilegio de presenciar: que el feminismo sea hoy
un movimiento popular.
Todavía se me eriza la piel
cuando recuerdo los cánticos de las compañeras vascas en aquella abarrotada
plaza de Bilbao el 8 de marzo de 2018. Un presagio que anunciaba lo que
estaba por venir.
Aquella jornada fue un antes y
un después en la lucha de las mujeres en España. Una lucha que no empezó hace
años, sino décadas, pero que jamás había penetrado con tanta fuerza en el
tejido social. No hace falta rebuscar muy atrás en los archivos de los
periódicos para encontrar fotos de ochos de marzo igual de reivindicativos,
pero mucho menos multitudinarios.
Con todo, hay algo que echo de
menos de aquellos días. Una suerte de espíritu de sororidad que nos
comprometía y nos hermanaba en la disidencia. Éramos menos, pero más unidas.
Incluso cuando llovía y estábamos caladas hasta los huesos.
Supongo que forma parte de un
proceso natural: cuanto más grande y exitoso es un movimiento social, más se
exponen sus grietas y contradicciones. La que me inquieta hoy por hoy tiene
que ver con la propia concepción de la lucha. Con la pregunta fundamental.
"¿Qué es el
feminismo?" o, más bien, "¿quién es el feminismo?"
Circula por ahí una idea de la
mujer –en singular– que confronta con el espíritu del 8 de marzo. Un
pensamiento excluyente que se cree con la licencia de expedir 'carnets de
feminista' o, incluso, 'carnets de mujer'. Una postura que me hace recordar
con preocupación aquellos tiempos en los que algunas voces no creían que las
mujeres pobres estuvieran capacitadas para votar. Un desdén parecido al que
sufrieron las lesbianas y las bisexuales no hace muchos años, cuando no eran
bienvenidas al movimiento.
En todo caso, no es mi
intención malgastar estas líneas en una batalla estéril que desvía nuestro
foco y nuestras energías, porque suficiente tenemos con enfrentarnos a un
enemigo común que se regocija en nuestras divisiones. Pero sí me gustaría
animar a esas personas a que reflexionen sobre el daño que nos hacen cuando
no escuchan. Cuando rechazan.
Porque yo tengo clara la
respuesta a la pregunta de antes: el feminismo somos todas.
Las agricultoras que subsisten
en el campo que se vacía.
Las jóvenes universitarias que
bailan contra los violadores en todo el mundo.
Las ejecutivas que renunciaron
a su vida familiar para llegar más alto.
Las guapas, las feas, las
gordas y las delgadas.
Las diputadas de cualquier
signo que reciben 'piropos' que nunca pidieron.
Las que aman de distintas
formas y las que no aman a nadie porque no les da la gana.
Las empleadas del hogar y los
cuidados a las que hemos dado la espalda.
Las que se suben a una balsa
huyendo de la guerra.
Las trans, las negras, las que
viven con discapacidad y las demás borradas.
Con todas y por todas. Por las
que estamos y las que estarán, y por las que ya no están porque las
asesinaron.
Desde Santiago de Chile hasta
Verín. Desde Nueva Delhi hasta Berlín.
El feminismo sale a la calle,
una vez más, para reclamar lo que es básico: la igualdad real. También
batallaremos en nuestros trabajos, en las comidas familiares y en los
parlamentos.
Lo haremos para afrontar las
violencias machistas, la brecha salarial, el techo de cristal o el reparto de
los cuidados. Lo haremos para reclamar nuestro papel protagonista en las
grandes transformaciones sociales que nos traerá el siglo XXI.
La gesta se aventura larga y mi
generación no vivirá lo suficiente como para ver cumplidas todas nuestras
reivindicaciones, así que, permítanme verbalizar lo obvio: o remamos en la
misma dirección o naufragamos por el camino. El reencuentro es una cuestión
de compromiso con las que nos preceden. Es nuestra responsabilidad histórica.
Lo bueno de hacerse mayor es
que una le pide a la vida cada vez menos cosas. Yo me conformo con una bien
sencilla: que todos los días sean 8 de marzo y que todos los 8 de marzo sean
el día de todas nosotras.
Como diría Angela Davis:
"Hay que actuar como si fuera posible transformar radicalmente el mundo.
Y tienes que hacerlo todo el tiempo."
Hagámoslo unidas, desde
nuestras sanas diferencias y complejas intersecciones, en un feminismo que no
deja a nadie atrás.
Nos vemos en la lucha.
Carla Antonelli,
eldiario.es, 8 de marzo de 2020.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario