En el siguiente enlace podréis leer este artículo de Manuel Rivas publicado en EL PAÍS el 12 de mayo de 2019. Tras su lectura atenta, se os propone redactar un comentario crítico centrado en el texto anterior manifestando tu acuerdo o desacuerdo con las
ideas contenidas en él. Ten en cuenta que debes elaborar un texto propio,
argumentativo, bien organizado, redactado con corrección y adecuación.
Valle-Inclán y la marihuana
Fernanda
de la Figuera, de 76 años, está a un paso de la prisión por cultivar cannabis
para uso terapéutico. Que se pare el martillo de brujas
RAMÓN MARÍA del Valle-Inclán podría haber dicho, con
toda justicia, aquella ironía de Mark Twain: “Me molestan los elogios porque siempre se
quedan cortos”. En su madurez, en vida, lo trataban de “inmortal”. Pero cuando
le cerraron el paso a la Real Academia Española, él bromeaba a cuenta de
semejante retórica. Poca cosa vale mi “inmortalidad”, venía a decir, ante la
“perpetuidad” del señor Cotarelo, secretario de la Academia. El secretario
había afirmado en público que el autor de Luces de bohemia
nunca jamás sería académico. ¿Y qué podía hacer el simplemente inmortal
Valle-Inclán ante el perpetuo Cotarelo? Cosas que pasan: el secretario perpetuo
Cotarelo falleció en Madrid el 27 de enero de 1936, tres semanas después del
entierro de Valle-Inclán en Boisaca, Santiago, un día de tormenta en que se
cayeron las vigas del cielo.
No
sé si algo tendría que ver Cotarelo, que era secretario perpetuo desde 1913,
para que en 1932 la Academia declarase desierto el Premio Fastenrath, al que
podían concurrir las obras presentadas entre 1927 y 1931. Ese año se presentó
Valle-Inclán con dos obras maestras: Tirano Banderas y La corte de los milagros. Creado por una donación del
publicista e hispanista alemán Johannes Fastenrath, el premio estaba concebido
para apoyar a escritores “de mérito” que necesitasen ayuda económica. Y ese era
el caso clarísimo de Valle-Inclán. Pero ni Tirano Banderas ni La corte de los milagros, ciertamente inmortales,
merecieron el premio para los cráneos privilegiados del jurado. Hubo escándalo,
pero no indescriptible.
Con
Valle-Inclán, sí, se quedaban cortas las típicas loas. Porque el principal
trazo de su personalidad, con todas las metamorfosis políticas que tuvo, era
también el de ese pulso que mantenía en vilo las palabras. La libertad. Era un
ser libre, heterodoxo incluso en sus momentos de ortodoxia, que liberaba el
cuerpo del lenguaje. Y hay quienes llevan mal que otros sean verdaderamente
libres, incluso gente de empacho liberal. Así que fue muy elogiado, pero
también muy atacado.
Hubo
un mote que sus críticos repetían para hundir su reputación. El de “marihuano”.
A México viajó cuando era un joven desconocido. Y volvió en 1921 como invitado
de honor en la celebración del centenario de la independencia mexicana. A la
legación española no le gustaron nada las declaraciones del creador del Marqués
de Bradomín. El embajador se apresuró a enviar un informe sobre la “conducta
antipatriótica del señor Valle-Inclán”. Por supuesto, había más sentido
patriótico en las palabras libres y críticas del escritor que en el peloteo
plenipotenciario del chivato. Pero la prensa conservadora de la época aprovechó
la ocasión para quemar en efigie al autor de Divinas palabras.
Era un “degenerado”. Un “mal español”. Y, para más inri, “un marihuano”.
Embestidas que se acentuaron con la dictadura de Primo de Rivera.
La
intención al calificarlo como “marihuano” era la peor, pero no dejaba de ser un
bumerán para el vejaminista. Valle-Inclán fue un pionero como escritor al
hablar con naturalidad de su relación con la marihuana, el cáñamo índico y
familia. Una prueba valiente, sin aspavientos, de su libertad. Antes de los
versos de La pipa de kif, de 1919, un libro tan excepcional como
orillado en las historias de la poesía hispana, hay una referencia explícita en
otra obra imprescindible, La lámpara maravillosa,
de 1916. Es el recuerdo de un viaje por la comarca natal del Salnés: “Había
fumado bajo unas sombras gratas mi pipa de cáñamo índico. (…) Con una alegría
coordinada y profunda, me sentí enlazado con la sombra del árbol, con el vuelo
del pájaro, con la peña del monte. La Tierra del Salnés estaba toda en mi
conciencia por la gracia de la visión gozosa y teologal”.
¡Gozosa
y teologal! La marihuana formaba parte del herbolario médico, como paliativo
frente al dolor, hasta que se convirtió en hierba prohibida, “satánica”, por la
tristemente famosa bula El martillo de las brujas,
de Inocencio VIII, que tanto dolor causó durante siglos. Y me he acordado de
Valle-Inclán y de Inocencio VIII por la nueva negativa de la Agencia Española
de Medicamentos a la “legalización medicinal” del cannabis. Y por otra
increíble noticia: el procesamiento de Fernanda de la Figuera, de 76 años,
activista de Málaga, a un paso de la prisión por cultivar cannabis para uso
terapéutico. Que se pare el martillo de brujas, por favor.