lunes, 12 de marzo de 2018

LA HISTORIA DEL RELATO DE FRANKENSTEIN

escritor e xornalista Frankenstein de Mary Shelley

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MAR DE HIELO

Hace algunos años visité a mi amigo Gerry, un inglés que vivía cerca de Ginebra con su mujer Leslie, su hija Ella y su perro Bahati. Les expliqué que allí, en las proximidades del lago, había nacido el monstruo de Frankenstein. No lo sabían. Cerca, en la Villa Diodati, Lord Byron y sus amigos se habían pasado una velada contándose historias de terror durante una noche de tormenta de 1816. Entre los invitados estaban el gran poeta Percy Shelley y su mujer de dieciocho años, Mary. El doctor Polidori contó una historia de vampiros, y Mary inventó allí mismo la historia de Frankenstein, el trágico científico que crea un monstruo por medio de la electricidad. De su publicación se cumplen hoy justamente doscientos años. Yo estaba allí porque era el cumpleaños de Gerry, y Leslie había alquilado una casa en los Alpes para invitarnos a un grupo de amigos suyos a pasar unos días. Era un lugar extraordinario, un balcón que se asomaba a un valle de glaciares humeantes de condensación. Como en una novela de Agatha Christie, fuimos llegando uno tras otro desde distintos rincones del mundo. Por la noche encendimos un fuego y esperamos charlando la llegada de la tormenta de nieve que se anunciaba. Bahati, el perro que Leslie se había traído de África, hacía honor a su nombre dormitando a mis pies -en swahili, bahati es «feliz, afortunado»-. Entonces, Gerry me pidió que volviese a contar la historia de la velada en casa de Byron. La volví a contar. Alguien dijo que solo conocía Frankenstein en película. Así que narré la historia tal y como viene en la novela. En el arranque de la historia, que comienza en el Ártico, la nieve empezó a golpear suavemente los cristales, como con curiosidad. Detallé los experimentos con cadáveres del joven Dr. Frankenstein en la universidad, la tormenta eléctrica que da vida al monstruo. Me detuve especialmente en el pasaje que a mí más me gusta, que es cuando Víctor Frankenstein se encuentra con su criatura en el Mer de Glace, el mar de Hielo de Chamonix. Allí el monstruo se queja a su creador de su soledad, y lo hace en ese inmenso campo de hielo que es, en sí mismo, una metáfora de la fría desesperación. Es uno de los grandes momentos de la literatura universal: el careo entre el científico y su robot, entre el dios y su criatura, cuando pregunta al otro «¿Para qué me creaste?»  «El Mar de Hielo está aquí cerca», dijo Gerry. «Había pensado que fuésemos mañana. Pero con esta tormenta...».
Como había dicho que aquella noche de 1816 también se contó la historia de un vampiro, Nicolas, que acababa de leer la novela de Stoker, se puso a explicar el argumento de Drácula. Y así, sin pretenderlo, acabamos reproduciendo aquella velada lejana. Fuera nevaba ya con fuerza, y cuando se apagó el fuego nos fuimos a dormir. Nevó toda la noche con indiferencia. Me dormí y soñé. Al día siguiente, la tormenta había cesado y todo estaba cubierto de blanco. Era como si, de repente, el paisaje se hubiese vuelto abstracto. Afortunadamente, las máquinas quitanieves ya habían despejado los caminos principales. Nos pusimos en Chamonix en un par de horas. Allí dejamos los coches e iniciamos la subida hacia el glaciar. Como al Dr. Frankenstein, aquel lugar me pareció «sublime y majestuoso, terrible y desolado». Era como la primera mañana del mundo. Respiré hondo y la bocanada de vapor me heló la cara. Bahati, que venía haciendo círculos a nuestro alrededor, de repente se quedó quieto, mirando fijamente en lontananza, con ojos de cazador. Gerry alzó el brazo y señaló algo a lo lejos, al inmenso mar de hielo que se abría ante nosotros: «Allí -dijo- parece que hay alguien».