miércoles, 16 de noviembre de 2016

COMENTARIO CRÍTICO DE UN TEXTO PERIODÍSTICO



Vamos a trabajar con estos dos artículos de Elvira Lindo, publicados en el periódico El País.
En primer lugar hemos de procurar leerlos con mucha atención, recurriendo a diccionarios, enciclopedias o a otras fuentes de información para interpretar correctamente su contenido.
En segundo lugar, procederemos a resumir brevemente el contenido de cada uno de los textos.
A continuación hemos de abordar el comentario crítico del tema de actualidad que se analiza en cada caso.
  • Para ello es necesario que nos empapemos de información pertinente y rigurosa que nos permita formular una tesis propia sostenida con criterio. 
  • Pero no se trata de expresar una opinión trivial, sino de articular una bateria de argumentos sólidos o ejemplos contrastables o, en su caso, contraargumentos para refutar la tesis o los argumentos esgrimidos por la autora del artículo.
  • Cuando ya hayamos organizado una estructura básica para presentar la tesis y los argumentos propios, iniciaremos la redacción del comentario.
  • Para apoyaros a la hora de preparar la redacción del comentario crítico de un texto periodístico, podéis echar una mirada a este vídeo



Tiempos de resistencia

La victoria de Trump afecta ya al clima de las aulas.

Y al día siguiente los maestros tuvieron que ir a la escuela. En ciudades como Nueva York pudieron mostrar su preocupación, sus ojos enrojecidos. Pero fuera de esta isla, ahora más aislada que nunca, los maestros asumieron una nueva tarea, la de explicar a sus alumnos que, como decía Orwell, dejando a un lado lo que las leyes digan o lo que el que manda ordene, es responsabilidad de los ciudadanos ser justos y, si es necesario, desobedientes para seguir manteniendo, como labor ineludible de resistencia, unos niveles altos de decencia y un innegociable sentido de la justicia. También algunos maestros, uno de los gremios más voluntariosos de USA a pesar de la precariedad con la que bregan en los barrios pobres, se vieron al día siguiente ante el reto de defender a las minorías de los chulos. Eso ya había sido advertido por algunos columnistas que se lo veían venir: esas minorías que en algunos Estados son muy minoritarias vivirán con el susto metido en el cuerpo. ¿Van a esperar comprensión de un líder que se dejó apoyar por el Ku Klux Klan? ¿Qué sentirá un chico negro? Lo que va a ocurrir ya está ocurriendo: esa escena del alumno que se siente legitimado cuando le susurra a un compañero: “Negro, vete a recoger algodón”. Nigger, la palabra que convierte a un hombre en un ser inferior. Los maestros cuelgan sus impresiones en la Red. Desde Missouri, desde Míchigan, desde Pensilvania. Cuentan lo que han escuchado a algunos alumnos que han visto refrendada su superioridad racial o religiosa. Al negro se le manda a recoger algodón, a la musulmana, que regrese a su país. A los latinos se les corea en un instituto de Detroit que construyan el muro. Después de este incidente, el director del centro declara a la prensa que están trabajando con los estudiantes para que entiendan el impacto que los insultos tienen sobre los agredidos. Todos estos testimonios y sórdidas escenas están al alcance de cualquiera y deberíamos sentirnos concernidos por ellos, pero en España a veces vemos todo desde un punto de vista tan furiosamente local que parece que deseemos seguir siendo el país cerrado a cal y canto que fuimos. Nos cuesta calzar los zapatos de otros, como diría Atticus Finch. Los hay que dicen que tanto da un negro que un naranja de presidente. Al fin y al cabo, los americanos son americanos. Como si se tratara de una población extraterrestre y nosotros los cabales que habitamos el planeta. También veo que algunos medios reaccionarios hacen bromitas con el gesto de estupefacción que se nos ha quedado a "los progres". A los progres, ¡Ja! Yo diría que esa cara de pavor que a ellos les hace tanta gracia la tenemos todos aquellos que tememos esta deriva racista, misógina, xenófoba, destructora que también se respira en Europa: ¿este miedo es risible? Yo creo que el miedo es una muestra de decencia. Pero el miedo no ha de conducir a la inmovilidad.

Como dice la filósofa americana Judith Butler, más que labor partidista se acercan tiempos de ejercer resistencia. Todos aquellos que celebren la victoria de Trump han de saber que nos tendrán enfrente. Las mujeres, primero. Hago mías las palabras de Elisabeth Cady Stanton, una pionera del feminismo en el XIX: "La mejor protección que cualquier mujer puede tener es el coraje". Las maestras, estos días, deberán explicar a sus alumnas cómo es posible que lidere un país un individuo que tan asquerosamente se ha referido a las mujeres. Pero nosotros, los españoles, que nos creemos tan lejos de la amenaza americana, también debemos educar en la resistencia y el coraje. En España se suele demonizar la corrección política. Se ha convertido en algo común el que cuando alguien va a decir una grosería se excuse presumiendo de no ser políticamente correcto, como si fuera un pasaporte a cualquier aberración que salga de su boca. Cierto es que la corrección política se ha ido por derroteros ridículos y que la ficción ha de gozar del amparo de la libertad de expresión, pero en la vida real hay palabras que son como piedras que lapidan la dignidad de las personas. No, no estamos tan lejos como para entender que el insulto nada tiene que ver con la libertad. En este presente nadie puede llamarse a engaño, dirigirse a alguien con los apelativos de negro, moro, maricón o cualquiera de esas lindezas con las que nos definen a las mujeres, coloca a quien las pronuncia en el lugar del chulo, de ese chico que llamó "nigger" a su compañero de clase. Un chiste de judíos en la Alemania de los años 30 no respondía a un humor inocente, estaba cargado de un significado ideológico. Hoy, algunas palabras en USA vuelven a tener el mismo asqueroso sentido que en los 50. Tener un océano por medio no significa que estemos exentos de responsabilidad, porque los maestros, en nuestro país, también tienen que ir cada día a la escuela. Y que San Leonard Cohen vele por nosotros.

La cobra del pueblo

Si hay algo masivo que te disgusta eres un aburrido, un arrogante y un cursi.


A pesar de las redes y de la sobreinformación todavía quedan, a día de hoy, algunas personas inocentes. Benditas sean. Mi marido me llama desde su cuarto porque tiene una duda.
¿Qué es hacer la cobra?— pregunta.
—Dícese del gesto ondulante que hace una persona con la cabeza hacia atrás para evitar un beso que no desea.
—Ya. Pues mira qué titular viene hoy en primera (da igual el periódico, fueron todos): “Así se vivió en Podemos la cobra de Bisbal a Chenoa”. Pero… ¿es que nos estamos volviendo todos idiotas?
Le advertí de que no lo dijera muy alto porque conviene aceptar un hecho insoslayable: hace años que la gente dejó de ser gente para convertirse en audiencia, y que la audiencia ha decidido que lo que más público tenga es lo que importa. Por su parte, los políticos, siempre dispuestos a halagar a sus posibles votantes, han asumido que al programa con más audiencia se le bautiza como “cultura popular”, y como es cultura y es popular hay que sumarse a su éxito. Disentir de lo que las masas aplauden, le advertí, es de snobs y elitistas.
Luego está la deriva de la televisión pública. Un ente que, por lo que se ve, sólo entra en la discusión política para controlar las normas que regulan los debates y denunciar el sectarismo de los informativos. El resto, lo que queda fuera de las preocupaciones partidistas, entra en esa cosa amorfa llamada cultura popular. Se habla de quién ha de tener el control, pero lo del modelo a seguir es cosa del pasado. Nadie se pregunta, por ejemplo, por qué en los denostados 80 llegó a haber en TVE hasta 18 programas musicales y ahora todo se reduce a una especie de shows en los que lo emocional de los intérpretes cuenta más que su arte. Como consecuencia, si usted y yo no conocemos los grupos musicales que recorren ahora mismo en su camioneta las carreteras de España es porque la tele pública les ha negado su espacio. Lo que no se ve se convierte en minoritario, y lo minoritario, según esos defensores a ultranza de lo masivo, es elitista.
Que la cultura se considere elitista es algo que escuché por vez primera en los EE UU. Me resultó sorprendente. Los republicanos solían acusar a los candidatos demócratas de ser unos estirados que leían y tenían un discurso cultivado. En mi cabeza, en mi cabeza de entonces, no cabía que a alguien con responsabilidad política se le pudiera acusar de ser culto como si fuera algo que debiera hacerse perdonar. Pero los tiempos, suele ocurrir, me han quitado la razón, y esa tendencia llegó a España. El otro día, Fernando Navarro, periodista musical de este periódico, firmaba un artículo crítico sobre la inevitablemente célebre gala de Operación Triunfo, y en los primeros comentarios a su texto ya venía la consabida réplica, “este tío se ve que no folla”. Y así todo. O sea, que si hay algo masivo que te disgusta o de lo que ni tan siquiera quieres enterarte eres un aburrido, un arrogante y un cursi. Lo guay es sumarse a la masa. No siempre fue así: ocurría que la cultura popular nacía del pueblo e iba conquistando los corazones de la gente, el proceso era de abajo arriba; en cambio, ahora, promovida por las grandes corporaciones, la música es un producto impuesto desde arriba de manera tan avasalladora que acaba colonizando a los que no tienen otro hueso que roer. Al negocio se suman aquellos que de manera condescendiente bautizan lo masivo como cultura del pueblo. De esta forma, justifican la baratura que se ofrece en el espacio público e ignoran sin mala conciencia ese arte verdadero que hunde sus raíces en lo popular o en lo pop.
Suele decir Woody Allen que la música que ilustra sus películas es la que él escuchó de niño en la radio. Para sus oídos infantiles, ni Ella Fitzgerald ni Louis Armstrong eran músicos elevados difíciles de comprender, al contrario, resultaba muy sencillo aprenderse y cantar sus melodías. Tuvo la suerte de haber crecido cuando la música popular que sonaba en la radio al alcance de cualquiera era excelente. También lo fue cuando llegaron otros ritmos en los 60 y en los 70. Y podría ocurrir ese milagro hoy en nuestro país si los medios públicos fueran fieles a su esencia y promocionaran el talento.
Esta semana, la dichosa cobra abrió el telediario de TVE. Esta semana, leí la palabra elitista como insulto tantas veces en los medios españoles que llegué a visualizar la verdadera cultura del pueblo yéndose por el sumidero. También leí que sobre gustos no hay nada escrito, un dicho irritante por la falsedad y pereza que contiene, porque sí hay escrito mucho, empezando por Juan de Mairena cuando defendía aquella “escuela popular de sabiduría superior”.


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