Vamos a trabajar con estos dos artículos de Elvira Lindo, publicados en el periódico El País.
En primer lugar hemos de procurar leerlos con mucha atención, recurriendo a diccionarios, enciclopedias o a otras fuentes de información para interpretar correctamente su contenido.
En segundo lugar, procederemos a resumir brevemente el contenido de cada uno de los textos.
A continuación hemos de abordar el comentario crítico del tema de actualidad que se analiza en cada caso.
- Para ello es necesario que nos empapemos de información pertinente y rigurosa que nos permita formular una tesis propia sostenida con criterio.
- Pero no se trata de expresar una opinión trivial, sino de articular una bateria de argumentos sólidos o ejemplos contrastables o, en su caso, contraargumentos para refutar la tesis o los argumentos esgrimidos por la autora del artículo.
- Cuando ya hayamos organizado una estructura básica para presentar la tesis y los argumentos propios, iniciaremos la redacción del comentario.
- Para apoyaros a la hora de preparar la redacción del comentario crítico de un texto periodístico, podéis echar una mirada a este vídeo
Tiempos de resistencia
La victoria de Trump afecta ya al clima de las aulas.
Y al día
siguiente los maestros tuvieron que ir a la escuela. En ciudades como Nueva
York pudieron mostrar su preocupación, sus ojos enrojecidos. Pero fuera de esta
isla, ahora más aislada que nunca, los maestros asumieron una nueva tarea, la
de explicar a sus alumnos que, como decía Orwell, dejando a un lado lo que las
leyes digan o lo que el que manda ordene, es responsabilidad de los ciudadanos
ser justos y, si es necesario, desobedientes
para seguir manteniendo, como labor ineludible de resistencia, unos niveles
altos de decencia y un innegociable sentido de la justicia. También algunos
maestros, uno de los gremios más voluntariosos de USA a pesar de la precariedad
con la que bregan en los barrios pobres, se vieron al día siguiente ante el
reto de defender a las minorías de los chulos. Eso ya había sido advertido por
algunos columnistas que se lo veían venir: esas minorías que en algunos Estados
son muy minoritarias vivirán con el susto metido en el cuerpo. ¿Van a esperar
comprensión de un líder que se dejó apoyar por el Ku Klux Klan? ¿Qué sentirá un
chico negro? Lo
que va a ocurrir ya está ocurriendo: esa escena del alumno que se siente
legitimado cuando le susurra a un compañero: “Negro, vete a recoger algodón”. Nigger,
la palabra que convierte a un hombre en un ser inferior. Los maestros cuelgan
sus impresiones en la Red. Desde Missouri, desde Míchigan, desde Pensilvania.
Cuentan lo que han escuchado a algunos alumnos que han visto refrendada su
superioridad racial o religiosa. Al negro se le manda a recoger algodón, a la
musulmana, que regrese a su país. A los latinos se les corea en un instituto de
Detroit que construyan el muro. Después de este incidente, el director del
centro declara a la prensa que están trabajando con los estudiantes para que
entiendan el impacto que los insultos tienen sobre los agredidos. Todos estos
testimonios y sórdidas escenas están al alcance de cualquiera y deberíamos
sentirnos concernidos por ellos, pero en España a veces vemos todo desde un
punto de vista tan furiosamente local que parece que deseemos seguir siendo el
país cerrado a cal y canto que fuimos. Nos cuesta calzar los zapatos de otros,
como diría Atticus Finch. Los hay que dicen que tanto da un negro que un
naranja de presidente. Al fin y al cabo, los americanos son americanos. Como si
se tratara de una población extraterrestre y nosotros los cabales que habitamos
el planeta. También veo que algunos medios reaccionarios hacen bromitas con el
gesto de estupefacción que se nos ha quedado a "los progres". A los
progres, ¡Ja! Yo diría que esa cara de pavor que a ellos les hace tanta gracia
la tenemos todos aquellos que tememos esta deriva racista, misógina, xenófoba,
destructora que también se respira en Europa: ¿este miedo es risible? Yo creo
que el miedo es una muestra de decencia. Pero el miedo no ha de conducir a la
inmovilidad.
Como dice la
filósofa americana Judith Butler, más que labor partidista se acercan tiempos
de ejercer resistencia. Todos
aquellos que celebren la victoria de Trump han de saber que nos tendrán
enfrente. Las mujeres, primero. Hago mías las palabras de Elisabeth Cady
Stanton, una pionera del feminismo en el XIX: "La mejor protección que
cualquier mujer puede tener es el coraje". Las maestras, estos días,
deberán explicar a sus alumnas cómo es posible que lidere un país un individuo
que tan asquerosamente se ha referido a las mujeres. Pero nosotros, los
españoles, que nos creemos tan lejos de la amenaza americana, también debemos
educar en la resistencia y el coraje. En España se suele demonizar la
corrección política. Se ha convertido en algo común el que cuando alguien va a
decir una grosería se excuse presumiendo de no ser políticamente correcto, como
si fuera un pasaporte a cualquier aberración que salga de su boca. Cierto es
que la corrección política se ha ido por derroteros ridículos y que la ficción
ha de gozar del amparo de la libertad de expresión, pero en la vida real hay
palabras que son como piedras que lapidan la dignidad de las personas. No, no
estamos tan lejos como para entender que el insulto nada tiene que ver con la
libertad. En este presente nadie puede llamarse a engaño, dirigirse a alguien
con los apelativos
de negro, moro, maricón o cualquiera de esas lindezas con las que nos
definen a las mujeres, coloca a quien las pronuncia en el lugar del chulo, de
ese chico que llamó "nigger" a su compañero de clase. Un
chiste de judíos en la Alemania de los años 30 no respondía a un humor
inocente, estaba cargado de un significado ideológico. Hoy, algunas palabras en
USA vuelven a tener el mismo asqueroso sentido que en los 50. Tener un océano
por medio no significa que estemos exentos de responsabilidad, porque los
maestros, en nuestro país, también tienen que ir cada día a la escuela. Y que
San Leonard Cohen vele por nosotros.
Elvira Lindo,
El País, 11 de noviembre de 2016
La cobra del pueblo
Si hay algo masivo que te disgusta eres un aburrido, un arrogante y un cursi.
A pesar de las
redes y de la sobreinformación todavía quedan, a día de hoy, algunas personas
inocentes. Benditas sean. Mi marido me llama desde su cuarto porque tiene una
duda.
—¿Qué es hacer la cobra?—
pregunta.
—Dícese del
gesto ondulante que hace una persona con la cabeza hacia atrás para evitar un
beso que no desea.
—Ya. Pues mira
qué titular viene hoy en primera (da igual el periódico, fueron todos): “Así se
vivió en Podemos la cobra de Bisbal a Chenoa”. Pero… ¿es que nos estamos
volviendo todos idiotas?
Le advertí de
que no lo dijera muy alto porque conviene aceptar un hecho insoslayable: hace
años que la gente dejó de ser gente para convertirse en audiencia, y que la
audiencia ha decidido que lo que más público tenga es lo que importa. Por su
parte, los políticos, siempre dispuestos a halagar a sus posibles votantes, han
asumido que al programa con más audiencia se le bautiza como “cultura popular”,
y como es cultura y es popular hay que sumarse a su éxito. Disentir de lo que
las masas aplauden, le advertí, es de snobs
y elitistas.
Luego está la
deriva de la televisión pública.
Un ente que, por lo que se ve, sólo entra en la discusión política para
controlar las normas que regulan los debates y denunciar el sectarismo de los
informativos. El resto, lo que queda fuera de las preocupaciones partidistas,
entra en esa cosa amorfa llamada cultura popular. Se habla de quién ha de tener
el control, pero lo del modelo a seguir es cosa del pasado. Nadie se pregunta,
por ejemplo, por qué en los denostados 80 llegó a haber en TVE hasta 18
programas musicales y ahora todo se reduce a una especie de shows en los que lo
emocional de los intérpretes cuenta más que su arte. Como consecuencia, si
usted y yo no conocemos los grupos musicales que recorren ahora mismo en su
camioneta las carreteras de España es porque la tele pública les ha negado su
espacio. Lo que no se ve se convierte en minoritario, y lo minoritario, según
esos defensores a ultranza de lo masivo, es elitista.
Que la cultura
se considere elitista es algo que escuché por vez primera en los EE UU. Me resultó
sorprendente. Los republicanos solían acusar a los candidatos demócratas de ser
unos estirados que leían y tenían un discurso cultivado. En mi cabeza, en mi
cabeza de entonces, no cabía que a alguien con responsabilidad política se le
pudiera acusar de ser culto como si fuera algo que debiera hacerse perdonar.
Pero los tiempos, suele ocurrir, me han quitado la razón, y esa tendencia llegó
a España. El otro día, Fernando Navarro, periodista musical de este periódico,
firmaba un artículo crítico sobre la inevitablemente célebre gala de Operación Triunfo,
y en los primeros comentarios a su texto ya venía la consabida réplica, “este
tío se ve que no folla”. Y así todo. O sea, que si hay algo masivo que te
disgusta o de lo que ni tan siquiera quieres enterarte eres un aburrido, un
arrogante y un cursi. Lo guay es sumarse a la masa. No siempre fue así: ocurría
que la cultura popular nacía del pueblo e iba conquistando los corazones de la
gente, el proceso era de abajo arriba; en cambio, ahora, promovida por las
grandes corporaciones, la música es un producto impuesto desde arriba de manera
tan avasalladora que acaba colonizando a los que no tienen otro hueso que roer.
Al negocio se suman aquellos que de manera condescendiente bautizan lo masivo
como cultura del pueblo. De esta forma, justifican la baratura que se ofrece en
el espacio público e ignoran sin mala conciencia ese arte verdadero que hunde
sus raíces en lo popular o en lo pop.
Suele decir Woody Allen que la música que ilustra sus
películas es la que él escuchó de niño en la radio. Para sus oídos infantiles,
ni Ella Fitzgerald ni Louis Armstrong eran músicos elevados difíciles de
comprender, al contrario, resultaba muy sencillo aprenderse y cantar sus
melodías. Tuvo la suerte de haber crecido cuando la música popular que sonaba
en la radio al alcance de cualquiera era excelente. También lo fue cuando
llegaron otros ritmos en los 60 y en los 70. Y podría ocurrir ese milagro hoy
en nuestro país si los medios públicos fueran fieles a su esencia y
promocionaran el talento.
Esta semana,
la dichosa cobra abrió el telediario de TVE. Esta semana, leí la palabra elitista
como insulto tantas veces en los medios españoles que llegué a visualizar la
verdadera cultura del pueblo yéndose por el sumidero. También leí que sobre gustos
no hay nada escrito, un dicho irritante por la falsedad y pereza que contiene,
porque sí hay escrito mucho, empezando por Juan de Mairena cuando defendía
aquella “escuela popular de sabiduría superior”.
Elvira Lindo,
El País, 5 de noviembre de 2016
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